Siempre me pareció interesante el proceso que atraviesan las mujeres y los hombres cuando una relación termina. Lo que observé y experimenté estos años me ayudó a formular una teoría del porqué se da este fenómeno en el que las mujeres se dejan sentir, atraviesan el duelo como corresponde y los hombres hacemos exactamente lo opuesto.
La dinámica que se da generalmente cuando la relación termina, es la siguiente. Las mujeres se quedan en casa a hacer el duelo y llaman a sus amigas para descargarse, buscando contención y apoyo. El punto clave acá, es que no niegan lo que están sintiendo. Al permitirse sentir la tristeza y todas las emociones que trae una ruptura, atraviesan el duelo sin poner resistencia. Esto les permite sanar, de forma más natural y respetando los tiempos.
Por otro lado, nosotros tendemos a hacer exactamente lo opuesto. En nuestra mente, si no pienso en eso, no existe. Acto seguido, procedemos a mantenernos lo más ocupados posible, ya sea saliendo, tomando, trabajando o cualquier otra actividad que nos ayude a no quedarnos solos en casa con nuestra cabeza. Nada de esto es consciente, por lo menos en mi caso, no era. Se te prenden las luces en el tablero, suenan todas las alarmas y ese es el mecanismo de defensa que se dispara. Correr.
Ahora, tomando como base esta dinámica, donde la mujer hizo el duelo como corresponde y el hombre puso toda la resistencia humanamente posible para no permitirse sentir, lo que ocurre más adelante, puede ser algo similar a esto. Transcurridos los meses, lentamente los hombres empiezan a bajar la guardia, creyendo que ya no hace falta mantenernos tan ocupados. Nuestra lógica nos dice que ya pasó un tiempo prudencial y que seguro ya no nos afecta.
Es en esta etapa, donde usualmente asimilamos lo que pasó y por supuesto que nos afecta todavía, porque nunca nos permitimos sentir desde que se dio el corte. Nos ponemos tristes y un día que salimos a tomar con amigos, empiezan los mensajes a la madrugada. Si estamos realmente mal, no hace ni falta que sea de noche y empezamos a tratar de hacer contacto durante el día. Estamos mal y es ahí donde realmente empezamos a hacer el duelo. De ahí salen las frases (muy comunes entre las mujeres) como, por ejemplo, “todos vuelven”.
Si me preguntan a mí, ese contacto después de meses no se trata tanto de querer volver, sino más bien de no saber cómo manejar las emociones que están aflorando, como consecuencia de no haber hecho el duelo en tiempo y forma. En esta etapa, nuestro proceso mental nos dice que si después de tantos meses, nos sigue afectando, capaz sea porque ella es la indicada después de todo. Es la jugarreta que nos hace la mente como una especie de karma por haber bloqueado lo que sentíamos desde el inicio.
Obviamente, en la gran mayoría de los casos, esto no puede estar más lejos de la realidad. Lo procesamos así, simplemente porque no entendemos lo que está pasando y tenernos que darle una explicación racional, para poder tomar una decisión en base a eso. Cuesta avanzar cuando no podés identificar lo que te está pasando y terminamos llegando a esa conclusión, porque se ve como la más obvia.
Todo esto lo viví en carne propia, en repetidas ocasiones, como así también las personas de mi entorno. Este patrón sigue vigente, por lo menos en las generaciones que rodean a la mía (porque ya no puedo hablar de generaciones más jóvenes) y como todo en la vida, tiene que haber una explicación o como mínimo una teoría al respecto. Entonces, llega la pregunta del millón. ¿Por qué lo hacemos?
Los hombres se ganaron una reputación de que les cuesta o de que no pueden expresar sus sentimientos y en mi opinión, hay algunos factores que pueden dar una explicación parcial del porqué se da eso. El primero que logré identificar, está relacionado a cómo fuimos criados y por la programación que tenemos desde pequeños.
Si un niño empieza a llorar, pueden salir a flote expresiones como “deja de llorar, no seas maricón”. En la adolescencia es algo similar, ya que ser un “alfa” es lo aspiracional y expresar sentimientos o mostrarte vulnerable, no tiene cabida dentro de lo que se considera ser un hombre. La definición de hombría no contempla ser sensible, ni mucho menos débil, en ningún aspecto.
Entonces, transcurre la infancia, sin mucha cabida para expresar lo que sentimos. En la adolescencia, tratando de vivir bajo los estándares de lo que la cultura en la que vivimos espera de nosotros. Llega la adultez, y por supuesto que continuamos con el mismo programa mental, pero ya en automático. Este programa, que nunca nos permitió mostrar emociones de tristeza o de vulnerabilidad.
Como consecuencia, nos volvemos adultos que no pueden lidiar con emociones que no queremos sentir y tampoco entendemos cómo procesar, ni mucho menos qué hacer con todo eso. Nunca nos enseñaron a manejar y a canalizar las emociones. Lo único que sabemos hacer desde pequeños, es mirar a otro lado, ponernos fuertes y anular completamente lo que estamos sintiendo.
En este punto si me gustaría aclarar que todos somos responsables de nuestra evolución, en otras palabras, de mirar hacia adentro, de hacernos cargo y de sanar. El pasado no es excusa para victimizarnos, ni mucho menos culpar a nuestros padres de todo el mal que nos hicieron. Es demasiado fácil decir “yo soy así” y que el resto tenga que amoldarse, sin hacernos responsables del daño que podamos estar creando a nuestro alrededor.
Conclusión. Lo que las mujeres pueden percibir desde afuera como un tipo insensible, frío o distante, a veces es nada más que un niño que nunca pudo expresarse y que ya no sabe cómo hacerlo, porque está completamente desconectado de sus emociones. Por supuesto que el trabajo de sanar tiene que hacerlo cada uno, nadie viene a salvarte y es nuestra responsabilidad la de mejorar como personas. La idea con este artículo no es la de justificar el comportamiento que puedan tener los hombres algunas veces, era nada más que la de arrojar un poco de luz en el porqué actuamos como lo hacemos en ciertas ocasiones.