Tantas veces uno escucha que las personas a su alrededor dicen cosas como que quieren ir a vivir a otro país, y de cierta forma, es como que todos asumimos que allá afuera, las cosas van a ser mejores. Así como lo dice la frase “el pasto siempre es más verde del otro lado”. Para algunas personas, ese definitivamente fue el caso, para otras, fue una experiencia de vida que les ayudó a crecer y luego retornaron.
El mío fue un poco diferente. Cuando viajé por unos años y me fui lo más lejos que podía, me di cuenta de algo. A veces no queremos viajar, queremos escapar y no somos ni conscientes de que ese sea el caso. Tenemos el impulso de irnos, casi como si fuera una necesidad y actuamos en base a eso.
Cuando empecé a planear mi viaje (que si mal no recuerdo me tomó un año, desde el inicio hasta que me subí al avión), hacía todo en automático y sin dudar por un segundo que tenía que irme. Si tengo que describir lo que sentía, era como si algo me estaba empujando a que vaya y yo no tenía control sobre eso.
Fue cuando llegué a la puerta de embarque cuando me cayó la ficha de lo que estaba haciendo, y cuando me di cuenta, finalmente, después de un año, de que realmente no sabía el porqué de todo lo que estaba haciendo. En ese momento me cuestioné todo, por supuesto entró el pánico, acompañado de un poco de terror y ansiedad, pero ya era tarde para tirarse atrás.
El resto es historia como se dice. Aprendí a sobrellevar la experiencia un día a la vez, paso por paso, en un país completamente desconocido, sin conocer a absolutamente nadie y eso me hizo crecer de una forma que no puedo ni empezar a cuantificar. Fue la escuela, la secundaria y la universidad de la vida, todo junto en un periodo de tres años.
El proceso fue largo, pero voy a tratar de cubrir los puntos que considero más importantes. Cuando llegué y durante los primeros meses, no quería saber nada de conocer a gente de Paraguay. Es como que estaba tratando de aterrizar y de absorber todo lo que podía, sin caer en la comodidad de nuestra cultura y del español.
Corté con todo tipo de noticias de Paraguay y limité bastante el contacto con mis amigos y familia. En parte, porque estaba extremadamente sensible (las primeras semanas), y por otro lado, porque estaba tratando de aislarme lo más que podía de mi círculo social. No entendía el porqué de esa necesidad, simplemente lo hacía.
Lo segundo que puedo identificar y que me acuerdo claramente, es que empezaba a poner todas mis relaciones, ya sean de amistad o de pareja, bajo la lupa. También la relación con mi familia, eventos del pasado, recuerdos, absolutamente todo. Personalmente, yo sentía que estando en Paraguay, vivía con una nube mental y que ya no podía diferenciar más nada.
Fue ahí cuando entendí el porqué de la necesidad de aislarme. Hacer eso, me permitió poner las cosas en perspectiva y aclarar la cabeza. Empecé a procesar y a digerir información. Fue como darle un replay a la historia de mi vida hasta ese momento y salir del “modo automático” en el que estaba. Estar fuera de tu entorno te obliga a estar presente, y eso fue clave para poder mirar hacia adentro.
Luego de procesar la información, con el correr de los meses y de los años, muchas personas salieron de mi vida. Algunas de forma orgánica y otras, no tanto, pero todo fue para bien y se sintió como si las cosas iban cayendo en su lugar. Me acostumbré a un nuevo estilo de vida, que jamás pensé que podía llevar y experimenté lo que es estar totalmente solo, lejos de todo lo que conocía.
Aprendí también a amigarme con la soledad. Pasaba muchísimo tiempo sólo y eso me hizo ver que podía disfrutar de mi propia compañía. Trabajaba de mesero, iba y venía en bicicleta, leía, meditaba, no salía con nadie y casi no tomaba alcohol. En relación con el estilo de vida que llevaba en Paraguay, esto fue un cambio de ritmo radical para mí. No estaba buscando estímulos todo el tiempo y aprendí a estar presente haciendo mi día a día.
Pasaron los años y me dije a mi mismo que era tiempo de volver, ya había aprendido suficiente con esa experiencia. Estaba convencido de que mi versión 2.0 estaba totalmente incorporada. Dejé los viejos patrones atrás y ahora era una persona evolucionada, diferente y mucho más presente. No fue así.
Cuando llegué todo era emocionante. Principalmente por volver a ver las personas y lugares que no veía hace tanto tiempo. Te convertís por un breve tiempo en “la novedad” por llamarlo de alguna forma y a las personas creo que les da un poco de curiosidad saber si volviste igual o si cambiaste. Entonces, para resumir, el primer mes, me dediqué a ponerme al día con amigos y con personas que no veía desde que dejé el país.
Hasta ese momento todo iba bien, hasta que empecé a percatarme de que estaba volviendo a los viejos hábitos y que, de cierta forma, me empezaba a sentir de una forma similar a la que me sentí antes de viajar. No extrañaba el país del cual vine, ya que no tenía planeado volver más que como un turista y no sentía esa melancolía o inclusive la depresión que algunos experimentan al volver.
Lo que sentía que estaba emergiendo era mi viejo yo, mi versión 1.0. Viejos patrones, formas de actuar, de pensar y de sentir. No entendía del todo qué estaba pasando, siendo que había trabajado tanto en mí y en mejorar como persona. Fue como que alguien pausó la película de mi vida, me fui por 3 años y al volver continuaba la misma película que quedó pausada.
Por supuesto que esa no era la realidad y que efectivamente todo lo que hice durante ese periodo fue aprendido e incorporado, pero era una percepción que estaba teniendo en ese momento.
Pasó el primer año, fue un largo periodo de reincorporación y de balanceo. Pasaron muchas cosas, hasta que finalmente caí en cuenta de lo que experimenté y el porqué de las cosas.
Lo que pasó fue que, al volver, mi versión nueva se encontró con mi versión vieja. Esto hizo que de cierta forma me pierda y no sepa cómo actuar alrededor de la gente que me conocía desde hace tiempo.
Leí hace un tiempo que las personas que hablan diferentes idiomas pueden tener ligado a un determinado idioma, un tono de voz diferente y hasta ciertos cambios en la personalidad, de acuerdo con el idioma que estén hablando. En otras palabras, cuando aterricé en el extranjero, y sin darme cuenta, empecé a forjar una personalidad, ligada a un idioma y a un estilo de vida completamente diferente al que estaba acostumbrado.
Más allá de eso, lo que más me llamó la atención de toda la experiencia fue que, es muy fácil alejarte de tu entorno para sanar, evolucionar, crecer o como queramos llamarlo. La prueba real está en tu casa, rodeado de tu familia y de la gente que conoce tu pasado. Alejarme me ayudó muchísimo a poner las cosas en perspectiva y a crecer, pero fue al volver que todo lo que aprendí se puso a prueba. Este gurú no lo pudo describir mejor con esta frase.
“Si crees que estás iluminado, intenta pasar una semana con tu familia”. Ram Dass.
Por supuesto que lo aprendido en un retiro espiritual, o en un viaje al extranjero suma enormemente. Te ayuda a dar pequeños pasos hacia el viaje que realmente cuenta, el que hacemos a nuestro interior. La gran enseñanza que pude sacar de toda la experiencia fue que, mi desafío está acá y que las personas que conozco (que me rodean), son las que me reflejan todo lo que tengo aún por trabajar.