Mi primera experiencia con un ataque ansiedad/ pánico fue hace doce años. Si mal no recuerdo, tenía veinticuatro. Ingenuamente pensé que ese evento sería un hecho aislado, y luego de ocho años regresó para mostrarme que no se iba a ir sin antes dejarme algunas enseñanzas.
Las personas que conozco que ya han tenido un ataque de ansiedad (o de pánico), comparten el mismo sentimiento cuando ocurre por primera vez. Todos sentimos que estamos por morir. La falta de aire, la taquicardia en aumento, el sudor frío y una sensación de que el cuerpo está a punto de fallar, son algunos de los síntomas que pueden presentarse.
No es lindo, no es agradable y tu vida ya no es la misma si los ataques se vuelven cada vez más frecuentes. Es algo similar a estar en un estado de alerta, sin saber cuándo vendrá el próximo y con el miedo a no poder controlarlo si vuelve a aparecer.
En mi experiencia, la ansiedad fue evolucionando de la siguiente forma. Cuando tuve mi primer ataque, pude identificar perfectamente el motivo y supe con certeza que la relación tóxica que estaba teniendo fue la causante de este. Meses y meses de no decir las cosas que me estaban haciendo mal, terminaron siendo como una olla a presión que eventualmente explotó.
Tuvo aún más sentido, cuando leí en algún lugar que ya no recuerdo, algo como “un ataque de ansiedad ocurre cuando uno trató de mantenerse fuerte por demasiado tiempo”. En otras palabras, es como algo que se va acumulando y cuando la mente llega a su límite, colapsa.
En ese entonces y con la poca información que tenía, di por cerrado el caso pensando que fue un hecho aislado, y me prometí a mí mismo no volver a ponerme en una situación similar, dónde mi salud mental esté comprometida. Capítulo cerrado, lección aprendida. Nuevamente, mucha ingenuidad de mi parte.
Pasaron cinco años, viajé, regresé luego de tres años y ya en el último vuelo que tenía que tomar, que fue uno de repatriación en plena pandemia, tuve lo que hasta hoy en día fue y sigue siendo, el peor ataque de pánico de mi vida. En pleno despegue casi me paro de la desesperación, taquicardia, falta de aire, sudor frío, claustrofobia y pérdida total del control de mi cuerpo.
Logré no pararme del asiento, aplicando todas las técnicas de respiración que conocía. Supe que había tenido un ataque de pánico, pero no podía entender el porqué. Después de ocho años había tenido otro episodio, todo estaba bien en mi cabeza. No estaba en una relación tóxica, mi salida del país donde vivía no había sido un evento traumático (ya que tenía planes de volver a Paraguay) y no podía entender qué fue lo que disparó otro ataque.
Después de haber pasado once horas en el aire con miedo a tener otro ataque, sin comer, ni tomar nada por miedo a que el pánico regrese. Aterricé en Paraguay y durante mi aislamiento de quince días llegué a la conclusión de que el ataque fue debido al tiempo que estuve con la mascarilla puesta en el aeropuerto y a que el avión estaba repleto de pasajeros. Esto hizo que me sienta asfixiado y como resultado, el ataque se presentó.
Identifiqué el motivo de mi primer ataque a los veinticuatro, tenía que poder identificar el motivo del segundo a los treinta y dos. Nuevamente, caso cerrado y me dije a mi mismo que mientras continuara la pandemia, no volvería a subir a un avión, porque la mascarilla, más la sensación de encierro, iban a provocar otro ataque.
Dos años después, nuevamente tengo que viajar, esta vez por trabajo. Me alivia saber que ya no exigen la mascarilla en los vuelos y me digo a mí mismo que todo va a estar bien esta vez. Apenas me siento en el avión, empiezan los mismos síntomas del último vuelo y nuevamente tengo un ataque, esta vez ya pudiendo controlarlo un poco mejor, por la experiencia pasada.
Cuando llego al destino, le hablo al universo en mi cabeza y le digo “ok, ya entendí, el avión no tiene nada que ver, tampoco la mascarilla, hay algo que tengo que ver y de lo que no me estoy haciendo cargo”. Volví de ese viaje y luego de unos meses empecé con la que hoy en día es mi psicóloga. Adicionalmente, también comencé a ir una vez al mes a recibir sesiones de Reiki.
Todo esto, ya con la mirada puesta a otro viaje que tenía que hacer en seis meses. Tenía el primer semestre del año para curarme y poder viajar tranquilo en junio al casamiento de uno de mis mejores amigos. Llega el día, mientras caminaba en la manga y llego a la puerta del avión, el miedo hace lo suyo nuevamente y el pánico se presenta una vez más.
En esos vuelos que tuve, que fueron cuatro, desde que salí de Asunción hasta que regresé, los síntomas fueron moderados en comparación a los ataques de años anteriores. Si bien la situación es muy desagradable y se siente como una tortura, sabía que no me iba a morir. A veces repetir eso como mantra durante momentos así ayuda un poco.
Hoy se cumple un año de ese último viaje que hice y si bien, me encantaría poder decirles que la ansiedad fue erradicada, que subirme a un avión hoy en día me es completamente indiferente (así como era en el pasado) y que tengo la fórmula mágica para que tanto ustedes, como yo, ya no tengamos que experimentar esto nunca más, no es así.
Lo que sí puedo hacer, es compartir con ustedes las enseñanzas que me dejó la ansiedad hasta ahora y son las siguientes:
- Primera, y creo que la más importante. No tenemos el control que nos gusta pensar que tenemos. Si hay algo que me dejaron en claro mis ataques, es que está totalmente fuera de mi control poder evitar que uno se presente. Es cierto, podemos trabajar en nosotros mismos y mirar hacia adentro para poder identificar realmente la herida no sanada de nuestro pasado, que hace que estos ataques afloren. Pero inclusive cuando pensamos que sanamos, puede presentarse nuevamente para mostrarte otras cosas, aún no observadas por la mente consciente.
- La resistencia no ayuda. Con esto me refiero a victimizarse diciendo “¿por qué a mí?”, siendo que las demás personas están bien. La verdad es que, cuando uno tiene ataques de pánico, cae muy fácilmente en la desesperación y como consecuencia en el victimismo. Se que no es fácil, pero no caigamos en la trampa del ego pensando que “no nos merecemos” lo que nos está ocurriendo.
- Está ahí para mostrarte algo. Las emociones salen a la superficie y vuelven a esconderse todo el tiempo. Tal como lo muestra la película “Intensamente” de una forma tan ingeniosa y hasta graciosa. Ellas toman el control cuando lo creen necesario y nos ayudan a transitar ciertos momentos de nuestras vidas. Si la ansiedad está tomando el control más de lo necesario, es porque hay algo dentro mío que tengo que observar.
- No viene para quedarse. Puede parecer difícil creer que uno volverá a la “normalidad” pero estoy seguro de que, si hacemos el trabajo, irá bajando su intensidad con el paso del tiempo. Como resultado, ya no tendrá esa necesidad de tomar el control y de secuestrar a las demás emociones.
- Háganse cargo. La inactividad cuando se presentan los ataques sólo va a traer más ataques. Si identificamos la causa, actúen acorde, si no pueden identificarla, busquen ayuda.
Me encantaría poder compartir más conocimiento que pueda ser de ayuda, pero de momento es todo lo que aprendí desde mi experiencia. Entiendo lo duro que puede llegar a ser y como te va encarcelando dentro de tu propia mente, pero que esto no nos paralice.